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De amistades entrañables entre personas y seres bien distintos está saturado el cine reciente y pasado. Sin embargo la experiencia nos sigue demostrando que las afinidades improbables, desarrolladas en el contexto y en los tonos adecuados, siguen siendo la perfecta raíz de tramas que pueden caminar por rumbos muy distintos, como la crítica social, la reflexión sobre la identidad o sobre la necesidad de tolerancia.

Ese es el caso de Green Book, último filme de Peter Farrelly. Con él ha sucedido lo extraordinario, ha creado una película que es en sí misma un estado de ánimo en el que las buenas intenciones no excluyen el humor políticamente incorrecto.

Hace compatibles la denuncia del racismo y del rechazo en general al diferente, con la mirada tierna hacia quien mantiene esos prejuicios por inercia.

Logra evolucionar y lo consigue con agudeza y con inteligencia, de modo que no podamos reprochar ni excesos de buenismo ni falta de interés.

Los roles de los protagonistas y el relato de una amistad interracial en la etapa de la lucha por los derechos civiles de los 70´s unen inevitablemente, a Green Book con Paseando a Miss Daisy.

Es obvio que Farrelly no esquiva esa referencia, pero su historia se inspira en una real. Y además de abordar el asunto de la igualdad racial, abre muchas meditaciones posibles sobre la capacidad transformadora de la educación y del afecto.

Los protagonistas de la obra de Farrelly son Tony Lip, un italoamericano del Bronx que mantiene a duras penas a su extensa familia, de personalidad dura, un tanto violenta y primaria pero de buen corazón. Y Don Shirley, genio negro del piano y hombre hecho a sí mismo, culto, autoexigente, refinado y solitario.

Don emprende una gira por el sur de Estados Unidos y contrata a Lip como chófer, con la esperanza  de que le defienda de la violencia que puede sufrir fuera de los escenarios, porque ese es otro asunto importante al que se refiere Green Book: la hipocresía que hizo que el pianista al que se aplaudía no pudiera compartir con su público baño o mesa en el restaurante.

Los dos poseen lo que al otro le falta, lo que, en un principio, ninguno es consciente de necesitar.

El mismo Óscar que Mahershala Ali obtuvo por Moonlight lo merece definitivamente por Green Book, este viaje transformador, que aun siendo una road movie, la etiqueta se le queda muy corta.

 

By Chabely Hernandez

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